Discurso del Dr. Samuel Torregrosa Zúñiga

Correspondencia
Filiaciones

Rev Chil Anest Vol. 39 Núm. 4 pp. 261-262|doi:
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Ceremonia de nominación de Maestros de la Anestesiología Chilena.

Puerto Varas, 11 de octubre de 2010.

Sr. Presidente de la Sociedad Chilena de Anestesiología, colegas, amigos:

Son estas palabras para agradecer este reconocimiento, pero también son para explicar mi visión de porqué estoy aquí. Si sólo me quedo en los elogios no logro reconocerme.

Hace muchos años, al terminar una beca de Anestesiología llamada Sótero del Río-Universidad Católica, en un ejercicio de tolerancia que agradezco profundamente, la Universidad Católica me ofreció trabajo y fui contratado. Allí he trabajado durante treinta y cinco años, así se me identifica. La Universidad me ofreció su capital humano, su infraestructura y la especialización en el extranjero para enfrentar el desafió constante del progreso.

Si bien es cierto que tuve como profesores a tres maestros de la Anestesiología, el último de los cuales está aquí presente, lo que a mí me marcó fueron mis compañeros de beca: los Drs. José De La Fuente y Jorge Dagnino.

Pepe, siendo becado, me contagió con ideas para mí impensable en esos años: había que dignificar la especialidad demostrando poseer conocimientos sólidos, había que especializarse en el extranjero, desarrollar el postoperatorio, había que hacer cursos, participar en la Sociedad, había que investigar. Creía que necesitábamos independencia económica, había que insertarse en las estructuras que dirigen nuestra Escuela. Y así lo hizo cuando dirigió durante veinte años el Departamento de Anestesiología. Otros centros copiaron o mejoraron estas ideas. Yo sólo fui parte de este proceso y reconozco en mi amigo Pepe, a quien seguí, a alguien que hizo un aporte significativo por el progreso y dignificación de la especialidad en nuestro país.

Con Jorge Dagnino, mucho más conocido de Uds. por los años más recientes de redactor de la revista, trabajamos muchos años codo a codo, en escritorios contiguos, con entusiasmo, dedicando muchas horas al estudio, a los cursos de la Sociedad y del Departamento, en Chile como en el extranjero, seriamente pero con humor -nos divertíamos- hacíamos una buena dupla, en la que él ponía su calma y ponderación que contrastaba con esa agresividad que siempre me rondó. Sentí el golpe cuando partió para asumir nuevas responsabilidades.

Si estoy acá es porque trabajé en una Escuela de Medicina respaldado por estos colegas, que junto a los que llegaron más tarde, Guillermo Lema, Roberto Canessa y muchos otros, siempre me liberaron de las tares que no quería o no era capaz de realizar. Así fue como comenzamos a participar en la Sociedad o pude dedicarme especialmente a la enseñanza de los becados.

Lo hice sin saber cómo hacerlo. No eran tiempos de reforzamientos positivos ni de seminarios de educación médica. Los expertos actuales no aprobarían esos métodos. Lo hacía como el artesano con el aprendiz, interrogaba, los obligaba a estudiar, exigiendo -nunca mucho más de lo que nosotros nos exigíamos- en largas jornadas. Al cabo de tres años de duro bregar, aprendían.

Por supuesto que en una relación tan estrecha a veces pude ayudar, aconsejar o proteger a alguno y eso produce satisfacción, sin embargo, tengo conciencia que en el camino herí a más de alguien. Sólo puedo decirles en mi defensa, que como dice un dicho francés “nadie es tan inteligente para darse cuenta del daño que puede causar a otros sin quererlo”.

Cuando la memoria se vuelve en mi contra sólo la calmo mostrándole donde están aquéllos que enseñamos, aunque sea por méritos propios, pero donde están. Son los redactores de nuestra revista, están haciendo anestesia o tratamiento intensivo a alto nivel, publicando en el extranjero, representándonos en Congresos Mundiales, son mis jefes, han dirigido nuestra Sociedad o trabajan seriamente en provincias, donde disfrutan de una calidad de vida que en las grandes ciudades no tendrían.

Sin embargo, esa época pasó. Se vino la vida que a todos da golpes de los que unos se reponen mejor que otros, llegó el deterioro que dificulta la adaptación a nuevas tecnologías y en la vida diaria llegaron los correos electrónicos y ese silencio frente al computador… en el que la comunicación verbal suena a molestia. La brecha generacional que alguna vez vi tan lejana estaba ahí, y sin resentimiento alguno decidí que mi lugar estaba en otra parte.

Alguien dijo que la Sabiduría llega cuando ya no sirve para nada. Una exageración, pero siempre me gustaron las exageraciones; hasta que de pronto leí algo que me pareció más adecuado: “a los conversadores pasionales es mejor tenerlos de lejos para que iluminen y no calcinen”. Y como “hasta los hombres más opacos son capaces de emitir algún resplandor”, lo hice mío y decidí retirarme discretamente, si es que alguna vez conocí la discreción.

En eso estaba cuando llegó este reconocimiento que me remeció y me ha tenido tan intranquilo pero orgulloso hasta hoy.

Por último, estoy acá porque a pesar de los pesares, en el camino hice amigos, incluso superando insalvables barreras de edad. Creo que la amistocracia, una vez más, se ha impuesto sobre los méritos, pero si es así como creo, algo noble se ha salvado, porque la amistad sigue y seguirá siendo un de esas ventanitas por donde se escapan los mejores sentimientos del hombre.

Amigos, colegas, directorio de la Sociedad: amigos… muchas gracias.

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